La única forma de saber cómo es una ciudad realmente es vivirla y Valparaíso
es demasiado compleja como para visitarla solo una vez y decir “la conozco”, no es que nos invite a
todos sino que todo lo contrario, es una ciudad vieja y amargada pero tiene una
virtud, es hermosa, lo complicado es conectarse con esa “virtud” y una vez que
lo logras te quedas y el que no, la visita nuevamente en busca de. Sus
superlativos son necesarios e imprescindibles para darle carácter a este lugar,
sin sus escaleras interminables Valparaíso estaría manca, sin sus ascensores
sería muda, sin sus paseos sería burda, sin sus laberintos sería tonta.
Hoy vivo aquí y no me siento invitado sino más bien en mi casa, creo haber
sido siempre parte de esta locura, tal vez porque creo no ser manco y por eso
subo y subo escaleras o caminos en 40º de pendiente, no soy burdo por eso me
encierro en mi oficina a escribir esto, no soy complejo por eso quiero tener dos
brújulas para que una que me señale el norte y la otra tu corazón.
No hay forma de aburrirse aquí el problema es todo lo contrario, ¿cómo te
aburres? Para mi no es aburrido pasear con amigos, turistas o familiares por ascensores,
museos, miradores, puerto y caletas, trolebuses, restaurantes únicos, bares con
cantores populares, discotecas o pubs, ver exposiciones de pinturas,
fotografías, piezas de teatro, musicales, esculturas, desnudos artísticos;
contemplar arquitectura vieja o nueva, calles con adoquines traídos de Noruega
llenos de cicatrices de viejas líneas férreas de tranvías, mirar iglesias y
escuchar sus campanarios, saborear ricos platos con frutos del mar y paladear
vinos del valle de Casablanca;
sentir vértigo al bajar en una micro llamada la “O”,
encontrar los amores fugaces caminando por las calles que doblan a escaleras
con faroles y piletas de nombres y esquinas extrañas, muros rellenados de grafitis
y señoras bien vestidas limpiando sus ventanas;
casas quemadas al lado de
palacios multicolores, palacios destruidos por terremotos al lado de casitas recién
pintadas llenas de plantitas y objetos raros siempre con gatos con perros;
leones de fierro y las estaciones del año forjadas para ser mujeres en la plaza;
regalos de países y el desprecio de unos compatriotas; ver que hay mucho por hacer
y nada por crear ni decir porque ya lo fue o está por ser; ver rebeldía y
complicidad, mirar antigüedades en cada rincón, oler mal y oler mar, ver filas
de turistas y filas de gente en el banco, el artista callejero con su
peculiaridad, el show del día con su novedad, los universitarios desparramando
juventud y miradas de querer saber, gente que sube y baja, cosas que suben y
bajan todo el día y toda la noche ya sea con niebla, con estrellas, con “Antu”
o bajo la lluvia cálida; todo en cambio y a cambio de algo por trueque en algún
centro cultural bebiendo un vino o una cerveza con amigos…Ahora no me queda
tiempo para aburrirme debo seguir viviéndola.
Cristian.